martes, 8 de diciembre de 2015

Romance antibelicista

La guerra. Y lo que no es peor, pero sí más exasperante: el no a la guerra. Los abajofirmantes y sus argumentos, enhebrados en un romance. 

Hay que acabar de una vez
con los viles terroristas
que asesinan en París,
en Nigeria, Mali o Siria.
Hay que acabar de una vez
y hacerlo sin medias tintas,
no con bombas ni con balas:
con comprensión y «empatía».

No recurriendo a la OTAN:
mandando a Pedro García
Aguado y la Super Nanny
en vez de a la artillería.
Sor Lucía Caram, pacificando.

Convencerles, no vencerles
usando a la policía;
rendirles con indirectas,
como nos contaba Gila;
afearles ese gusto
por practicar degollinas,
con un buen tirón de orejas
o de su barba caprina;
hacerles ver su desliz
leyéndoles la cartilla
y que escriban en un muro
mil veces no se asesina.

Derrotémosles con diálogo
y con medidas pacíficas,
con chapas del «no a la guerra»,
con hastags y pegatinas
y una versión de Imayín
tocada por un pianista;
formemos una asamblea
junto con los yihadistas
para votar si se cambian
las bombas por serpentinas,
y decoremos sus rifles
con rosas y margaritas.

Venzámosles con piropos,
ganémosles con sonrisas,
con abrazos para todos
y juntando las manitas;
escribiendo un manifiesto,
con resistencia pasiva,
apostándonos la Paz
a una partida de Trivial;
con un partido benéfico
y un concierto de Sabina;
enviándoles poemas,
invitándoles a birras,
recetándoles laxantes,
devolviendo Andalucía,
con la paloma de Alberti,
con Évole y compañía,
que Rovira ruede Ocho
apellidos islamistas;
con un chiste de Wyoming,
una canción de Bob Dylan,
un tuit de Dani Mateo
y un sermón de Sor Lucía
que persuada a los malvados
con su cháchara argentina.

Y si nos siguen meando
digamos que es que llovizna.

(A la memoria de Javier)

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