miércoles, 3 de julio de 2013

Romance del obelisco



No es un pirulí gigante,
ni es un bastón ni es un falo,
no es pértiga ni es batuta,
no es un poste telegráfico
ni es la parodia anoréxica
de la columna a Trajano.
Para mí, que el obelisco
que nuestro alcalde ha instalado
en la plaza de Castilla,
tan moderno y tan dorado,
no puede ser otra cosa
que un homenaje al taladro,
acción harto fastidiosa
a la que es aficionado.

El obelisco es la imagen
de ese capricho macabro
que Gallardón ha cogido
por agujerear el asfalto,
una manía pertinaz
que no cesa, como el rayo
ya sea en el crudo invierno
o en la calor del verano
igual da que sea lunes
que jueves, viernes o sábado.

A este gusto por los hoyos
le faltaba un signo, un algo.
Así se avisó a Calatrava
–no sé si al feo o al guapo–
que aún no tenía en Madrid
ningún proyecto firmado
y que al principio pensó
un diseño más sarcástico
colocando en la glorieta
un gran martillo neumático,
mas resultaba algo tosco
para este arquitecto áulico
y de ahí que se inclinara
por el citado taladro,
con el que así conmemora
el actual gallardonato.

Caja Madrid, que no presta
más que a un interés muy alto,
a financiar el invento
por esta vez se ha prestado,
y yo creo que Black & Decker
también contribuyó con algo
que, al final, es su producto
el que están publicitando.
Que no es palmera sin palmas,
ni es cucaña ni es un cayado:
es la versión urban chic
de un berbiquí mecánico.

(Publicado en Tetuán 30 Días. 2009)

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